Bienvenidos al siguiente capítulo de nuestra saga vinícola, donde hoy nos zambullimos en un tema que parece sacado de una novela de ciencia ficción: los huevos de cemento. Sí, amigos, no hablo de arte moderno ni de la nueva decoración del jardín zen de un millonario excéntrico. Hablo de una tendencia en la vinificación que está poniendo el mundo patas arriba, o mejor dicho, en forma ovoide.
Ahora, ¿por qué alguien en su sano juicio decidiría criar vino en algo que parece la pascua de los picapiedra? La respuesta nos lleva a un viaje fascinante a través de la física, la química y, por supuesto, un poco de esa magia vinícola que tanto nos gusta.
La cuestión es toda sobre la forma y el material. La estructura ovoide no está ahí solo para que el enólogo moderno se sienta como un alquimista en su laboratorio; tiene un propósito muy práctico. Este diseño promueve un movimiento líquido constante, manteniendo las lías en movimiento y, por ende, añadiendo ese carácter y complejidad al vino sin necesidad de intervención humana.
El cemento, por otro lado, ese material frío y gris que asociamos con los edificios y las aceras, resulta ser un protagonista inesperado en este drama. Ofrece una excelente estabilidad térmica y no interactúa químicamente con el vino, permitiendo que la verdadera personalidad de la uva y su terruño (ah, esa palabra tan poética) se expresen sin interferencias.
Pero aquí surge la pregunta del millón: ¿estamos ante una verdadera innovación o es solo una moda más, destinada a desvanecerse como los jeans de campana? Para algunos, la idea de abandonar las barricas por huevos de cemento podría parecer una traición, un capricho de enólogos que buscan diferenciarse en un mar de tradición.
No obstante, amigos, les propongo que miremos más allá del escepticismo. En un mundo que valora la autenticidad y la expresión pura, los huevos de cemento ofrecen una oportunidad para explorar el vino de una manera nueva y, posiblemente, más genuina. No agregan sabores ni aromas externos, permitiendo que el vino nos hable con su propia voz.
¿Moda o sentido común? Yo diría que, siempre que el resultado sea delicioso y nos haga apreciar aún más el arte del vino, bienvenidos sean los experimentos y las innovaciones. Al final, lo que cuenta es el placer y la emoción que nos brinda cada copa.
Así que, la próxima vez que te topes con un vino criado en un huevo de cemento, dale una oportunidad. Quizás descubras que en esa aparente simplicidad se esconde una profundidad y un respeto por la esencia del vino que merecen ser explorados.
¡Salud, amigos, y sigamos disfrutando de la evolución del vino, en todas sus formas y sabores!
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