¿Te encanta el queso pero cada vez que te comes una cuña terminas abrazando el baño como si fuera tu confidente? No estás solx. La intolerancia a la lactosa se ha vuelto casi un club secreto del que nadie quiere ser parte, pero aquí estamos, sobreviviendo y—¡ojo!—sin renunciar al placer quesero. Porque sí, señoras y señores: se puede ser intolerante a la lactosa y aún así fundirse de amor con un buen manchego. Y no, no estamos hablando de sucedáneos tristes hechos de tofu o anacardos con complejo de cheddar. Hablamos de QUESO, con todas sus letras y bacterias gloriosas.
Pero, ¿qué es eso de la lactosa?
Rápido y sin rodeos: la lactosa es el azúcar natural de la leche. Y la enzima que se encarga de digerirla se llama lactasa. Cuando tu cuerpo decide que no va a producir suficiente lactasa (porque así de simpático es el intestino a veces), la lactosa queda sin digerir y se arma la revolución en tu panza. Hinchazón, gases, y otras melodías intestinales poco elegantes.
El dato que no sabías: muchos quesos son naturalmente bajos en lactosa o la pierden durante el proceso de curación
Sí, como lo oyes. No necesitas buscar productos raros en tiendas esotéricas. Solo necesitas saber elegir. Aquí te van 11 quesos que, si eres intolerante a la lactosa, podrías amar sin miedo (y sin correr al baño como alma que lleva el diablo):
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Parmigiano Reggiano
El dios romano del queso. Curado mínimo 12 meses, lo que le deja la lactosa en cero coma. ¡Pruébalo con una copa de tinto joven y verás fuegos artificiales!
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Grana Padano
Es como el primo más relajado del parmesano. Menos intenso, más cremoso, pero igual de apto para los que le dicen “no gracias” a la lactosa.
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Pecorino
Hecho con leche de oveja (que ya de por sí tiene menos lactosa), y además curado. Su perfil salino lo hace ideal para maridar con blancos secos y con actitud.
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Queso Manchego Curado
Oro ibérico. Mientras más tiempo pasa en la cueva, menos lactosa le queda. ¿Un trozo de manchego y un tinto de Tempranillo? Ya estás viviendo bien.
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Emmental
El suizo que todos reconocen por sus agujeros. Curado entre 4 y 18 meses, es tan suave como una canción de jazz y suele sentar de maravilla.
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Gruyère
Otro suizo, pero más profundo y con notas de nuez. Perfecto para fundir o para comer tal cual. Si lo combinas con un vino blanco de montaña, prepárate para levitar.
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Cheddar Curado
Ojo, que no todos los cheddars valen. Busca los que tienen al menos 9 meses de maduración. Si el paquete dice “mild”, pasa de largo.
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Comté
El ninja francés de los quesos. Sutil, elegante y curado durante más de un año. Si no lo has probado con burbujas brut, te estás perdiendo una fiesta en el paladar.
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Roquefort
Aquí entra el equipo mohoso. Hecho con leche de oveja y con ese toque azul que divide a las masas. Pero si te va lo funky, este queso es tu nuevo vicio sin lactosa.
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Camembert (tradicional)
Algunos camemberts artesanales, si son bien fermentados, apenas tienen lactosa. Eso sí: investiga o pregunta, porque no todos son iguales.
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Quesos de cabra y oveja curados
En general, estos quesos ya parten con ventaja por tener menos lactosa. Y si además están curados… ¡blanco y en botella!
Un consejo de maridaje vinero…
Si estás explorando quesos aptos para intolerantes, ¡hazlo con copa en mano! Un blanco con acidez viva (piensa en un Albariño o Riesling seco) es el mejor compañero para quesos curados. ¿Te va más lo tinto? Busca vinos sin excesos de barrica, que respeten el carácter del queso y no se impongan como políticos en campaña.
Ser intolerante a la lactosa no es el fin de tus noches de vino y queso. Solo es una oportunidad para refinar tu paladar y convertirte en un explorador quesero con criterio. Así que la próxima vez que te inviten a una tabla de quesos, no huyas: llega con esta lista, tu mejor copa, y una sonrisa de quien sabe lo que hace.
¿Y tú? ¿Cuál de estos quesos vas a probar primero sin miedo y con mucho gusto? ¡Cuéntamelo y lo maridamos juntos!